Victoria matancera, luces y sombras

José Miguel dio la estocada mortal
El equipo de Matanzas hizo historia y se incluyó por primera vez en una final de nuestra Serie Nacional (aludo a esta denominación) al venir de abajo en las postrimerías de un juego que perdían con margen de 5 x 0 y colocar patas arriba a los Gallos espirituanos, fulminados por lastrante trabajo del relevo que abrió cauce a una desaforada ofensiva yumurina, cuajada en abultado y letal racimo de diez carreras
que fijó como cifras definitivas en la pizarra 10 x 5 y le dio perfil a la gran final del campeonato cubano de beisbol, ya consagrada entre Naranjas y Cocodrilos.

Bateo oportuno que incluyó un estacazo de Yulieski Gourriel y eficaz trabajo del novato Norge Luís Ruíz -refuerzo camagueyano y seguro ganador de la condición de Novato del Año- fueron las marcas distintivas del curso que tomó el encuentro desde sus inicios y hasta el último tercio, segmento al cual llegaron los locales con holgada ventaja de 5 carreras por cero.

Sin embargo, en el fatídico octavo episodio tomó cuerpo la pesadilla que enlutó el Estadio José Antonio Huelga, capítulo de horror signado por la aparición del fantasma del relevo que hizo trizas las expectativas triunfales de los yayaberos y los enfrentó a la opresiva realidad de una derrota inesperada y conmovedora porque les arrancó de cuajo el sueño de poder luchar por el cetro nacional.

Matanzas suscribió un triunfo muy meritorio porque fue alcanzado en patio ajeno cuando todo hacía vislumbrar que sucumbían ante sus inspirados adversarios, razón por la cual merecen la felicitación y el aplauso.

El lado oscuro de la singular jornada fue la nueva pataleta del mentor Víctor Mesa que montó su ya acostumbrado circo empobrecedor del espectáculo tras un lanzamiento decretado foul por el árbitro principal César Valdés y considerado dead ball por el timonel yumurino.

La repetición en cámara lenta pareció mostrar, en efecto, que la pelota hizo contacto con una de las manos con las cuales Manuel Benavides aprisionaba el madero; sin embargo también dejó en claro que el bateador fue al encuentro de la pelota en una acción de swing.

No voy a pronunciarme subjetivamente sobre la intencionalidad o no del bateador pero tampoco voy a sustraerme a la evocación del conocido antecedente que todos por acá nos sabemos al dedillo: el ¨venao¨ Benavides es tal vez uno de los hombres con más maña para enmascarar pelotazos y ganar una base.

Tal vez algunos encuentren lógica la reclamación por la tensión del juego, pero les recuerdo que esta va cuesta arriba contra lo que predican las normas: es una apreciación del árbitro y por tanto irreversible porque no se trata de violación de reglas.

Mas, aún cuando sea un ejercicio estéril e inutil, lo que no tiene que ocurrir bajo ningún concepto es llevar la reclamación a las tierras de la bravuconería y provocar una situación rayana en la violencia que es antipedagógica para los jugadores e irrespetuosa con el público.

Flaco favor se hacen los que gratificados por el triunfo matancero ahora quieren condicionarlo con los despropósitos del iracundo director.

No, amigos míos, la victoria no llegó de manos de la grosería y la desmesura y no puede servir como salvoconducto a la malcriadez y la impertinencia.
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